¿QUIÉN ERES BONICO QUE POR LA CARA NO TE SACO?

ENRIQUE MARTÍNEZ BLASCO, MARINERO DE SECANO 

Autores: JAVIER GARCÍA “CH0LE” E IGNACIO LATORRE ZACARÉS

No es frecuente que un pueblo de interior dé hijos para la mar. En Venta del Moro son varios los casos de paisanos que han buscado el jornal allende los mares, muy lejos de sus raíces: el “Mepo”, uno de los “Collado”, los hermanos Enrique y Jesús Martínez, algún “Areli” y .... poco más. Quizás sigan la estela del propio San Telmo, actual patrón de los marineros, que nació en Frómista (Palencia), en plena Tierra de Campos, donde muy lejos queda el mar y muy cerca los campos inmensos de cereal coronados por preciosas iglesias románicas.

En un mediodía de verano, justo cuando el sol es más inclemente, charlamos con Enrique Martínez Blasco, apodado “El Marinero”, al igual que su padre y como no podía ser de otra forma. Enrique es jefe de máquina de barcos mercantes y desde 1971 está surcando todos los mares existentes y recalando en puertos de todo el mundo. Aprovechamos que Enrique es un muy buen conversador para entrevistarle durante su visita anual a Venta del Moro, en el que es su sitio “natural”, en la piscina, mitigando el infernal sol con unos sorbos de cerveza fresca y su escueto bañador habitual.

Enrique nació en 1954 en Venta del Moro, en su propia casa, en la calle de las Cruces, gracias a las artes del médico D. Emilio Díaz Guindo. Sus padres son Enrique Martínez Yeves “El Marinero”, ya fallecido, e Isabel Blasco Martínez. El padre trabajó toda su vida como calderetero de barco mercante, categoría laboral marinera que hoy equivaldría a “contramaestre de máquina”. Durante toda su vida, el padre sólo visitaba a su mujer e hijos que residían en Venta del Moro un mes al año, manteniendo el resto del año una relación postal frecuente.
¿Fue vocación lo que llevó a Enrique padre a elegir como medio de vida unos mares muy dis
tantes de su familia? Su hijo cree que fue en realidad la “pura necesidad” lo que hizo que tanto su padre como su tío Jesús Martínez que trabajaban en la industria siderúrgica de Sagunto se enrolaran en un barco. No obstante, con el tiempo, Enrique padre era picado por el “gusanillo de la mar” y aunque compró algunas viñas en el pueblo y se asentó durante unos años en Venta del Moro, ya no se pudo adaptar a la vida rural y volvió a trabajar en la mar. Volvería en su jubilación a residir en el pueblo, donde hace unos años murió y donde aún vive su mujer Isabel. Mujer que durante toda su vida esperó pacientemente en el pueblo las car tas que venían de todas las partes del mundo.

Mientras tanto, Enrique hijo disfrutaba de una infancia feliz en Venta del Moro, de la que recuerda especialmente con agrado su paso por la banda de música, así como la tradición del “gorrinillo de San Antón”, de la que aún se sigue preguntando “adónde dormía ese gorrino?’. Pero a sus 10 años, tras realizar dos cursos de Bachillerato en el Instituto de Utiel, como si su opción de vida estuviera predestinada desde su nacimiento, se enrola en el primero de los 54 barcos mercantes en los que ha trabajado hasta el momento de la entrevista. Era marzo de 1971, en el puerto de Barcelona y con destino Casablanca, en un barco de vapor antiguo y muy bonito de 1922 llamado “Sac Tarragona”, donde se enrola con su propio padre y en funciones de mozo de cubierta o marinero de segunda. Si se le pregunta el porqué eligió la misma vida que su padre, en realidad, no sabe qué contestar, indicando que era la salida más natural en esos momentos y que no se planteó otro medio de vida. La experiencia le gustó y al poco tiempo estudió en la Escuela Náutica de Barcelona.

Desde entonces, lleva 34 años trabajando en barcos mercantes, ascendiendo de marinero de segunda a alumno de máquinas, posteriormente a segundo maquinista en el superpetrolero liberiano “United Overseas One” y a primer maquinista en barcos como el “Río Núñez” o el “Pola de Allende”. Finalmente, su carrera culmina como jefe de máquinas en el barco italiano “Alex” con destino al Mar de Azov. 34 años trabajando “al corso”, “como pirata” según palabras propias, sin empresa fija, cambiando cada 4 meses de barco. Navegando bajo múltiples banderas: norteamericana, italiana, liberiana, maltesa, etc. 6 meses en la mar y 6 meses en tierra, conociendo otros mundos y otras gentes. Marinero sin residencia fija, viviendo entre España, Venezuela o Brasil. Sin duda, éste último es su país preferido, por su calidad de vida, su ritmo vital, sus gentes y, especialmente, por sus mujeres. Enrique es amante de los países cálidos y un enemigo cordial de los fríos inviernos, por eso, entre sus puertos preferidos señala los de las Antillas o Sudamérica y menciona como sitios donde nunca le gustaría vivir los puertos bálticos.

Vida independiente, sin ataduras, a contraorden, aventurera, sin más añoranzas que las absolutamente indispensables respecto a sus raíces y familia. Su recuerdo más amargo fue el paso por la “Ilustre Armada Española” (Enrique dixit), donde según sus palabras, “tuve la desgracia de realizar el servicio militar’ y donde pronto se dio cuenta de su nulo espíritu militar. Tampoco su vida marinera ha estado exenta de situaciones peligrosas, especialmente tres fuertes huracanes (el “Calvin”, el “Berta”...); sobre todo hace tres años en el barco “Flack Adrienne”, cuando creyó que era el último día de su vida.

¿Qué es lo mejor de la vida en la mar? Él siempre responde que los “puertos”, tomar tierra durante unos días y disfrutar a ser posible sólo o con otro compañero de la vida en tierra: “en el mar decimos que tres es multitud”. Recuerda también especialmente su paso por los Lagos del Canadá, por el Canal de Panamá, el de Suez o el de Kiel en Dinamarca. La vida mientras se navega depende del ambiente que se respire entre la tripulación, que muchas veces procede de muy diversos países: “en un barco éramos 15 tripulantes y 13 nacionalidades”. Entre sus compañeros preferidos destacan los españoles y los filipinos (“gentes muy amables, educadas y muy buenos compañeros”) y, sin embargo, recela de los rusos y ucranianos (“en general son bastante maliciosos y malpensados”). Hay viajes en los que realiza mucha vida con el resto de la tripulación y en otros casos sólo se dedica a ir de la sala de máquinas al camarote y viceversa (“a veces la vida en el barco es lo más parecido a una cárcel’). Enrique habla y se defiende escribiendo en cinco idiomas: español, inglés, francés, italiano y portugués.

Desde siempre le ha gustado la vida en la mar, pero en los últimos años está un poco desencantado y ha pensado alguna vez incluso en dejarlo: “El progreso lo ha modificado todo para peoi Internet, los ordenadores, etc. El trabajo es muy diferente y ya casi no se toca puertos, más que lo imprescindible. El espíritu aventurero está totalmente perdido. Cada vez más, la vida dentro del barco es muy parecida a la cárcel y el ambiente está muy deshumanizado”.

Así pues, como todos los años, en agosto, en plena canícula, con el torso siempre expuesto al sol y con su inseparable collar, Enrique visita al pueblo y su familia, esperando el fax o el telefonazo que le avise de un próximo embarque, momento en el que su relajo se muta por un cierto “cosquilleo” que ya no le abandonará hasta pisar barco. Será otro año de mares, soñando con los meses que descansará en Brasil y llamando cada 20 o 30 días a su familia: “Hace muchos años que ya no escribo postales, aunque conservo las que intercambiaba con mi padre”.


Agosto de 2005

Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro

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