¿QUIÉN ERES BONICO QUE POR LA CARA NO TE SACO?
Paco “El Suizo”: memorias del extrañamiento
© Ignacio Latorre Zacarés
El Lebrillo Cultural reserva una sección para aquellos venturreños que, por diversas circunstancias, han vivido alejados de su patria chica. Una tarde de verano de 2016 entrevistamos a un singular personaje que este verano se ha dejado caer por la Venta: Francisco Gómez Arnosi, abreviado como Paco “El Suizo”.
Paco es del año de la riada (1957) y nos llama la atención su infrecuente segundo apellido: Arnosi. Nuestro personaje, alto, buen conversador y que irradia simpatía, nos cuenta que el apellido materno viene de un cúmulo de casualidades alrededor de la Segunda Guerra Mundial con su abuela y abuelo maternos que se conocieron en Marsella y que vinieron para España. Fruto de la pareja es su madre Isabel Arnosi que también veranea este año en Venta del Moro.
Por vía paterna, todos los antecedentes familiares son venturreños durante varias generaciones. Su padre es Antonio Gómez Moya y sus abuelos paternos Narciso y Carmen. Sus tíos, hermanos de su padre, Maruja, Pepe (recientemente fallecido) y Ángel Gómez.
Paco es locuaz y maneja un buen castellano con algo de acento. Nos empieza a contar la historia de su vida. Sus padres, Antonio e Isabel, se conocieron en Valencia y el propio Francisco nació en una de las cuevas de Paterna que había comprado su abuelo, cerca de la Fuente del Jarro. Sin embargo, Paco pasó parte de su infancia, hasta los cuatro años, en Venta del Moro, debido a que su salud era delicada y le iba bien el aire venturreño. Así, se crió junto a sus abuelos Narciso y Carmen.
En Venta del Moro fue al colegio y tuvo una maestra que recuerda ciega. El mismo se define como un niño “terrible”, muy travieso, lo que ahora se define como hiperactivo. Conserva una buena memoria de aquellos tiempos y una poderosa imagen visual del pueblo con detalles minuciosos. Por ejemplo, rememora la tertulia de los abuelos en la posada y junto a un árbol que era denominada como las “Cortes”. Fue en la Venta donde conoció lo que era la muerte cuando su inquietud le llevó a colarse en un velatorio y la gente quería que se marchara, mientras él intentaba que se despertara el fallecido. Aún se acuerda de la cara del finado. También recuerda la quema del judas, la Hoguera de la Virgen de Loreto, la fábrica de adobes, la centralita telefónica, la serrería, los carros, la fuente de la Glorieta (“¡es horroroso como está!” exclama), las mujeres lavando o la trilla con sílex y cómo se aventaba la paja. A pesar de su comportamiento, era muy querido por sus tías que todo lo perdonaban y él conserva un gratísimo recuerdo de su infancia venturreña.
Su padre Antonio marchó a ganarse el pan a Suiza junto a unos familiares hacia 1960. Aquí comenzará un calvario para Paco. Primero se quedó con su madre en Paterna con constantes viajes a Venta del Moro. A los cinco años marchó a Suiza con su madre en tren y entraron con un permiso temporal de tres meses. El director del centro de trabajo de su padre consiguió el permiso de residencia legal, pero para ello debían salir unos tres días de Suiza a Francia. Así marcharon a Francia y regresaron por la frontera suiza donde ya les cuñaron como legales.
Los extranjeros en Suiza eran en aquella época principalmente italianos, españoles y portugueses. A Paco se le empiezan a complicar las cosas debido al racismo con el que se trataba a los españoles en Suiza. En el colegio los profesores fomentaban el racismo y si era español no ponían mucho hincapié en la enseñanza porque pensaban que venían a conseguir dinero y hacerse una casa en España. Los niños les cantaban “carroña española” o les espetaban un: “que vienen a robarnos”. Además, le pegaban por ser zurdo. Lo pasó muy mal y comenta que es una situación que nunca ha llegado a superar. Un chaval inquieto que se estrella contra una pared enorme.
Su hermana María también marchó a Suiza y se internarán en un colegio de monjas donde una de ellas le dice que en vez de Francisco le llamará François. Todo un choque mental el de la lengua y el frío que por allí se pasaba.
Él se rebela y regresa a España a un colegio de franciscanos en Utiel. Pero sus padres, que no podían vivir sin el muchacho, regresan a por él cuando tenía seis años. Ese regreso le cambió la vida.
Su padre empezó a trabajar como electricista, sin tener ni idea de ello. Estuvo en un cantón cercano a Ginebra y posteriormente pasó a una fábrica de cuchillos en el Jura. Sus tíos Gonzalo y Ángel que estaban en Suiza regresaron a Venta del Moro. Su padre ejercía como nexo de unión entre los venturreños que buscaban y encontraban trabajo en Suiza, residiendo allí paisanos como Rafael Cárcel, su propio tíos Pepe (muy echado para adelante con cualquier tipo de faena) y Mari Luz, los tíos Mota y Mercedes, Aurelio “el Conejillo” y otros.
Sólo después de nueve años de escuela obligatoria, empezó un curso de lengua española. Su madre recuperó el francés en Suiza y su padre se relajó respecto a la lengua francesa que no llegó a dominar. Paco hablaba francés con su madre y su padre, aunque éste sólo le hablaba en español.
Todos los años retornaba de vacaciones a la Venta y después se repetía la situación de no querer regresar a Suiza para disgusto de sus padres. Eran veranos largos. Con los años, Paco empezó a experimentar el gran dilema de los emigrantes: no se sienten integrados en el país de residencia y acogida, pero cuando vuelven tampoco ya se sienten completamente del país que les vio nacer. A los dieciséis años ya venía sólo con amigos suizos a pasar la Navidad junto con sus amigos venturreños.
Su padre llegó a fundar con varios amigos el primer centro español de la localidad suiza de Delemont (cerca de Basilea) y quizás el primero de Suiza. Una de las fundadoras fue la señora “Manolita”, comunista a la que le llamaban “la Pasionaria”. Para la fundación solicitaron dinero en la embajada española de Berna. Tuvieron que compartir espacio con la Iglesia Romana de Italia.
Antes de cumplir los dieciocho años, su padre quiso volverse a España, pero Francisco ahora no quería regresar porque ya estaba integrado en Suiza y carecía de conocimientos escolares de castellano. Su padre volvió a Paterna junto a su mujer e hija y empezó con el taxi. Su hermana María tuvo que partir estudios y la adaptación le costó bastante.
Francisco se quedó sólo en Suiza, aunque regresaba a Venta del Moro periódicamente. Cambió totalmente de vida. De Delémont se trasladó a Lausana. Gracias a su destreza manual trabajó al principio como fontanero y también desarrolló habilidades especiales con las chimeneas. Ganó en 1980 las oposiciones en el servicio ferroviario de Suiza donde se convertirá en un verdadero especialista en soluciones prácticas y sencillas gracias a la mencionada habilidad y también capacidad analítica.
Se casó con Cristina, suiza de la Romandía, del Jura y que habla el español, francés e inglés. Se conocieron en Lausana cuando Cristina acudió a aprender enfermería en el Hospital de la Cruz Roja. Ella no padeció ningún choque cultural, pues conocía España de haber estado de viaje con su padrino. Se integró totalmente en la familia española y la abuela de Paco le quería con locura, ya que le tenía un afecto especial a su nieto Francisco. Así pues, es una pareja mixta donde Cristina no pone ningún impedimento cuando hay que viajar a España.
Durante un largo tiempo las vacaciones las pasó en Denia, Jalón y otras poblaciones donde ejercía una de sus pasiones: la venta de antigüedades. Pero por el 2010 volvió a Venta del Moro para esparcir las cenizas de su padre tras unos treinta años de ausencia. Llegó como a las dos o tres de la mañana y experimentó un flashback con un magnetismo especial. Paseó sólo por el pueblo y a su cerebro empezaron a acudir imágenes como si fuera una película antigua. Empezó a visualizar el belén de Navidad de su infancia, la carnicería de Pablo, el Cuartel... como si estuviera en una sesión de hipnosis.
Ahora Paco ya está jubilado y entre sus deseos está el pasar más temporadas en Venta del Moro y trabajar con sus antigüedades y aficiones. Sus hijos ya adultos, Marcos, Elena y Gabriel, también han estado este verano en el pueblo.
Pasa un año y vuelvo a ver a Paco donde lo conocí, en la piscina, y con una casa ya para pasar el verano y recordar ese pueblo que visualizaba como el “Amarcord” de Fellini. Así sea por muchos años.
lebrillo 34