¿QUIÉN ERES QUE POR LA CARA NO TE SACO?

LUCÍA HABA O LA FELICIDAD DE LA TIERRA

© Ignacio Latorre Zacarés

“La felicidad de la tierra” es un delicioso libro del emblema del periodismo reporteril Manu Leguineche, en el cual describió la vida rural que le acompañó sus últimos años en un pequeño pueblo de Guadalajara. Y así parece ser la vida de Lucía Haba Ruiz que a sus estupendos noventa y siete años nos recibe en su casa de la calle del Árbol de Venta del Moro, donde nos espera junto a sus hijos Víctor “Carrete”, Paco y Luisa.

Nadie diría que Lucía tiene la edad que dice tener. Una piel finísima, sin arrugas visibles, una cabeza muy bien asentada y una forma sosegada y agradecida de describir su vida. “A mí siempre me han tratado muy bien”. Con bondad y sin negatividad alguna nos habla de su trayectoria vital, pero cuando se va desgranando, el interlocutor atisba las dificultades de una mujer que enviudó joven con dos hijos menores y que al poco tiempo casó con el hermano de su primer marido. Pero ella, lo dice claro: “Estoy muy bien, no me duele nada”.

Fue en la calle La Plata de Venta del Moro un 8 de julio de 1918 cuando Lucía vio la luz en el hogar de Miguel Haba Ruiz y Claudia Ruiz González, ambos de Venta del Moro, como lo fueron sus ancestros: Fabián Haba Roda (de la luenga dinastía de los “Rodas”), Petra Ruiz Arroyo, Manuel Ruiz y Facunda González, todos ya gentes del siglo XIX.

Su padre era colmenero de tradición familiar, como su abuelo Fabián. Poseía bastantes colmenas de corcho que subía junto con el Tío Quilibios, gran amigo de su padre, en el carro a la Sierra de Cuenca y después vendían la miel en pellejos por la sierra y el Reino de Valencia. Las colmenas reposaban en el Pino Quilibios donde su padre poseía un majuelo de viñas y un azafranar: “¿Aún está el Pino Quilibios?” nos pregunta Lucía. Se acuerda de cuando iban al corte de la miel con caretas y del aguamiel que confeccionaban con el lavado de la cera. Lo cierto, es que la venta de miel en el “Reino” dejaba el suficiente dinero a su padre para que en su casa no se pasaran penurias. La miel se combinaba con el trabajo de la viña, siembra, almendra, olivos y las huertas que tenían en La Noria y el Prao. Su padre Miguel fue uno de los músicos fundadores de la banda de la Venta en 1908 donde tocaba el trombino.

Eran una larga familia de seis hijas y dos hijos. Parecen pocas manos para trabajar en la agricultura, pero no era así, pues las hijas colaboraban en los afanes diarios, ya que cavaban cepas, vendimiaban, cogían aceituna y también iban a por la rosa del azafrán. No le agradaba a Lucía cuando tocaba el tiempo de la rosa, pues estaban todo el día ocupadas, sin tiempo para distracción alguna: “Íbamos tempranico a por la rosa. Después, a sacar la rosa en una mesa grande que ponían en el porche”.

Recuerda su infancia feliz en Venta del Moro, a su maestra doña Salvadora y cómo cuando dejaba la escuela acudía con sus seis o siete primos a casa del maestro D. Victorio Montés que les enseñaba a leer. Algo más mayor estuvo sirviendo en la casa de Victorio Latorre y la tía Salomé Castillo: “Era como mi madre”. Y añora las fiestas de la Virgen de Loreto con los bailes de Emilio “El Sergio”, sesiones de cine, la hoguera grandísima y los carros que traían los pinos. También se acuerda de las hogueras de San Antón y la de San Julián que se confeccionaban con las cestas y cacharros de mimbre. Los mayos seguían el mismo ritual actual con todo el pueblo concentrado a cantar a la puerta de la Iglesia y después se iban a cantar con los quintos de fiestas: “Nos íbamos a dormir y los quintos nos cantaban a las chavalas a las puertas y después nos cantaban de día las coplas y les pagábamos”. Y aún se acuerda de cuando entonaban y pedían los aguilandos.

En San José ayudaba a su madre y a su suegra a elaborar los dulces “bocaíllos” y en San Juan iban a coger cerezas y acudían a la “Fuente Vieja” (la de los Desmayos) con su toalla y jabón a cumplir con la tradición. En los carnavales se disfrazaban con máscaras y compraban pasteles y se arrojaban harina. Recuerda también los bailes en el Gran Teatro, cuando hacían madalenas que horneaban en el horno a cambio de la poya (unas madalenas en este caso) o cuando iban con agua con cántaros a la Fuente Vieja y ya después a las de los Tres Caños (la de la Glorieta).

Los muchachos a veces les pagaban el cine y eso que ellos mismos no tenían ni para su entrada. Llegaba la Nochebuena y, en vez de la actual cena familiar, se comía con los amigos y amigas en una gran zahora. Los chicos pagaban la cena y las bebidas, mientras las mujeres arreglaban los pollos y conejos.

Lucía va desgranando su vida: “Me casé dos veces, con dos hermanos y los dos eran buenísimos. No recuerdo ningún disgusto”. Su primer matrimonio fue con Loreto Martínez Moya el 6 de diciembre de 1941. Loreto trabajaba sus tierras, pero también iba a jornal a las tierras de Adelo Medina. Loreto Martínez, que se libró de la mili por corto de vista, fue nombrado alcalde de Venta del Moro en plena Guerra Civil, en la sesión de 8 de febrero de 1937, sustituyendo a Gerardo Haya Sáez, y presidió el Ayuntamiento hasta el 27 de mayo del mismo año. Este corto periodo de tiempo le valió ser detenido tras la Guerra, aunque estuvo muy poco tiempo en presidio, ya que como dice Lucía: “No le encontraron nada malo que hubiera hecho”.

Loreto Martínez era también músico y estuvo en las bandas venturreñas dirigidas Francisco Iranzo “Paco Chacón” y Aurelio Haba “El Cómico”. Como músico participó en las fiestas de los quintos y en los bailes que organizaba la banda.

Pero, el matrimonio duró sólo unos cuatro años, pues Loreto falleció de una pulmonía. Lucía se quedó viuda con dos hijos: Antonio con dos años y Luis con dos meses. Tuvo que volver a casa de sus padres, pero a los cuatro años volvió a casarse esta vez con el hermano mayor de Loreto, Francisco, que estaba soltero: “Era muy bueno también”. La boda fue el 9 de enero de 1949, pero nos dice Lucía: “Nos casamos por detrás”. ¿Y eso? inquirimos. “Entramos por la casa del cura y de ahí pasamos a la Iglesia sin gente. Como ya teníamos hijos…”. De hecho, fue necesaria la dispensa de primer grado de afinidad. Convite no hubo, pero sí cencerrada, aunque no hicieron mucho ruido con los gangarros y cascabeles dado que eran amigos de su anterior marido, Loreto. De todas maneras, Lucía advierte que era poco de misas, sólo en fiestas y funerales.

Francisco trabajaba tierras propias y a jornal. Cuando la construcción del ferrocarril del Baeza-Utiel fue a ganar el jornal de la “Vía”, más sustancioso que el del campo. Y Lucía tuvo cinco hijos más con Francisco: Pili, Paco, Cecilio, Víctor y Luisa. Así, se da la singularidad de que los hijos de los dos matrimonios son a la vez hermanos y primos entre sí. Así nos lo dice Víctor “Carrete”: “Yo nunca entendía porque los hermanos mayores llamaban tío al padre y los menores le decíamos padre. Creía que se le llamaba de distinta forma si eras mayor o menor”.

Y así Lucía formó una larga y bien avenida familia. Y sigue feliz, con buenas ganas de comer y con ocho nietos y doce biznietos. Y nos repite: “A mí nunca me han dado un disgusto. Yo estoy muy contenta con mis hijos, mis nietos y biznietos”.

Pues a seguir disfrutándolos.

Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro

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