En el artículo se describen las salinas de Jaraguas, incidiendo en los métodos de extracción de la sal, así como el comercio que de ella efectuaban las familias salineras.
En Jaraguas, a una distancia de 1 km aproximadamente del casco
urbano, existe un terreno que es una mina de sal llamada "Lolita
", cuya propiedad es estatal. Esta mina se compone de un
manantial de agua salada que tiene un pozo central en forma de
embudo, de boca ancha que luego se va estrechando. De profundidad
tiene de 5 a 6 metros y se necesitan unas tres personas para sacar
el agua.
Las salinas las trabajaban las familias que querían y cada
una construía sus propias balsas, también llamadas
pozas. Existían pozos pequeños que algunas familias
realizaban cerca de sus balsas, pero éstos tenían
poco agua. El más usado era el pozo central. El agua se
repartía por igual entre todos los usuarios de las salinas,
tanto el que tenia una balsa como el que tenía muchas;
simplemente el que tenía varias pozas hacía más
tandas y trabajaba mucho sacando el agua y pasando más
horas en las salinas.
Las pozas pasaban de generación a generación, tal
como me lo ha contado Fernando Ponce, que tiene 76 años,
y que recuerda que ya sus abuelos trabajaban en la tarea de producir
sal.
Los utensilios usados para dicho trabajo eran capazos de esparto
y los "cellos" que eran los aros de hierros empleados
en las pipas o cubas de vino. Con los cellos y los capazos se
evitaba el que se recogiera la sal con las manos, para así
que no se horadasen, especialmente si se llevaba alguna herida.
La sal se extraía llenando las pozas con el agua salada
de los pozos, donde se dejaba reposar unos días. El sol
se encargaba de calentar el agua y así cuajaba y se convertía
en sal. Una vez cuajada la sal, se recogía con los capazos,
se hacían montones y se trasladaba al molino. La sal debía
estar previamente secada para poder molerla.
El molino se cobraba el 10 % de los kilos molidos y no se pagaba
con dinero. Era el derecho de maquila. Una vez molida se echaba
en sacos de 40 kg. de capacidad y se vendía en los pueblos
de la comarca. Pocas veces se utilizaba el dinero, pues la norma
era que se cambiara por productos que se cosechaban en los pueblos
visitados por los salineros y que servían para dar de comer
a sus familias. Estas familias eran generalmente las más
necesitadas de la aldea, bien porque no tenían tierras
propias o bien porque eran familias con muchos hijos y pocos haberes
para poder sobrevivir. En aquella época, el trueque de
la sal por otros productos solucionó las necesidades más
prioritarias de estas familias salineras, pues les ayudaban a
conseguir comida para ellos y para los animales que tenían.
La sal se cambiaba por judías, cebollas, trigo; remolacha,
cebada, avena, centeno y guijas. Las guijas se convertían
en harina que constituía en aquella época uno de
los alimentos más utilizados, ya que era barato y saciaba
mucho el hambre que había en esa época. El propio
Fernando Ponce cambiaba sal por cecina (carne de cabra adobada
y seca).
El mismo Fernando Ponce me contó una anécdota del
jaragüeño Fernando Olivares, quien se fue con una
carga de sal a un pueblo de la serranía de Cuenca llamada
Enguidanos y cambió sal por nabos, pues sus gentes no tenían
otra cosa. Él pensó que no podía venirse
a Jaraguas con la carga de nabos, pero por el camino, en su paso
por Camporrobles, paró para ver si podía cambiar
su carga. Fernando tuvo suerte y cambió los nabos por guijas,
centeno, avena y lentejas. Los cambios eran de 1 kg. de sal por
quilo y medio de legumbres o harinas. Fernando Olivares regresó
a Jaraguas con mercancía para su familia y sus animales
y lo consideró como un buen cambio.
También se extraía sal en invierno. Para ello, se
usaba una plancha de 2,25 metros de larga y 1,50 metros de ancha
con unos ribetes de 10 centímetros y unas "tiebles"
o trébedes que elevaban la plancha a 25 centímetros
del suelo. Se ponía la plancha encima de las "tiebles",
se le echaba agua salada y se lo ponía fuego debajo. La
sal salía ya molida, pero era de menor calidad. Además,
cuando el tiempo era lluvioso tenía más facilidad
para derretirse. Sólo se utilizaba esta forma de producir
sal cuando el verano no era bueno (veranos de temperaturas bajas
o muchas tormentas) o la cosecha era floja.
No sé exactamente cuantas familias trabajaban en la sal,
pero eran muchas y muy necesitadas. Se hacían amistades
y también se peleaban por el agua, pero en general se tenía
buena armonía entre todos. El paso de los años ha
servido para que la gente cultivara más las viñas
y fuera abandonando el trabajo de las salinas. En estos momentos
están abandonadas y estropeadas, pero las gentes que trabajaron
en ellas en unos años tan difíciles aún mantienen
unos recuerdos muy bonitos de aquellos tiempos trabajando en la
mina Lolita. Con este escrito quiero hacer un homenaje a toda
esta gente con una especial referencia a mi familia materna, ya
que todos eran salineros.
Lebrillo 15