LA SALOBREJA
Autor:
LEANDRO ARENAS DOMÍNGUEZ

Este artículo fue editado por el Centro de Estudios Requenenses en la revista "Oleana: Cuadernos de Cultura Comarcal", n. 21, año 2006, correspondiente al II Congreso de Historia Comarcal que estuvo dedicado monográficamente al agua. En la comunicación, el autor, descendiente de Jaraguas, rememoraba el aprovechamiento de las salinas. Con permiso del autor, reproducimos el trabajo que presentó al Congreso.

Cuando el día 30 de junio o el 1 de julio de 2005 -no sé con exactitud cuál de estos días fue- oí hablar a través de Radio Requena a D. Fermín Pardo Pardo, Presidente del Centro de Estudios Reque-nenses y Cronista de la Ciudad, diciendo que en el próximo Congreso del C.E.R. se trataría del agua dulce y salada de nuestra comarca, a mi memoria vinieron recuerdos de la niñez, de cuando visité la Salobreja de Jaraguas por primera vez cuando tenía 5 años, o después cuando tenía 8 y pude ver cómo era el trabajo de los salineros; y calaron tan hondo estos recuerdos, que por la noche soñé con Jaraguas y sus salinas, y en este mágico mundo de los sueños pude ver unas máquinas trabajando en aquella hondonada para poner en marcha de nuevo las viejas salinas, pero de manera más acorde con nuestro tiempo, forma de trabajo, manera de explotarlas y de vivir la vida.

El porqué de estos recuerdos y de estos sueños, supongo que viene dado porque yo, aunque "vegano" (1), soy biznieto de uno de aquellos importantes salineros de finales del siglo XIX o principios del XX. Cayo Pérez, que así se llamaba mi bisabuelo, además de tener cinco hijas casaderas, poseía una docena de pozas, que así se llamaban las balsas donde el agua salada a través de su evaporación por la acción del calor solar, depositaba la blanca sal que contenía, sobre el fondo de las citadas pozas. Otro modo de producir la sal, era llenando de agua unas llanas o calderas metálicas, como de un metro de ancho por dos metros, de largo, colocadas sobre unas trébedes, bajo las cuales se aplicaba el fuego que hacía hervir el agua, que se evaporaba hasta dejar su poso sólido de sal.

Dos de las cuatro hermanas de mi abuela, siguieron la tradición salinera hasta los años 60 del siglo XX, en que fueron abandonadas estas tareas por considerarlas poco rentables. A mi abuela materna, Emeteria, le tocaron tres de las balsas que poseía su padre; y como es lógico, desde La Vega no se podía atender debidamente este trabajo, por lo cual, cedió a su hermana Gervasia, y dos a su hermana Gerarda, que fueron quienes siguieron con estos trabajos como complemento de la actividad agraria que ejercían. Las tías: Dionisia y Florencia, (que eran las mayores), sólo tenían un poco cada una para su consumo y poco más.

Estos parientes míos, comercializaban la mayor parte de su producción de sal aquí en La Vega, en forma de trueque, a cambio de patatas o "bajocas" que después vendían allí en Jaraguas, traían la sal en pequeños sacos de esparto, con una capacidad de un quintal (cuatro arrobas), que rara vez partían; la gente compraba la sal para todo el año, a finales de verano o principios de otoño, comprando según el cálculo de sus necesidades, que solían venir determinadas por la matanza de uno, de dos o más cerdos.

Según mi modesta observación, el trabajo en la Salobreja era monótono y duro, porque había que estar pendiente de él las veinticuatro horas del día: al pozo salado, de tres a cuatro metros de profundidad, tenían derechos comunes todos los propietarios de las pozas del salinar, quienes se ayudaban mutuamente en los trabajos de extracción del agua salada. El pozo, que era más bien ancho por la boca y estrecho en el fondo, estaba recubierto con madera y piedras para que no se desmoronara. En la parte más profunda, estaba formado un cuadrilátero de un metro cuadrado aproximadamente, con madera de pino, endurecida por el contacto con el agua salada; a partir de los troncos de pino, las piedras lo iban redondeando de forma imperfecta, ensanchándolo cada vez más conforme se acercaba a la boca; las juntas de las piedras, estaban rejuntadas con greda, pues el yeso o el cemento no hacen buenas ligas con la sal. Sobre unas repisas escalonadas en diferentes alturas, se colocaban tres personas, ya fueran varones o hembras, para ir formando una corta cadena humana, que subía los cubos o pozales para vaciarlos en la pequeña chocla, de donde partían las diminutas acequias que conducían el agua a las diferentes pozas. Sacaban toda el agua que contenía el pozo y se salían a descansar uno 20 o 25 minutos, mientras se recuperaba el pozo hasta el nivel que tenían estipulado, y volvían a formar la cadena y a extraer el agua para otro propietario; así iban llenando las pozas de diferentes dueños y tamaños, oscilando entre los 8 y los 20 m2 de extensión, y unos 25 cms de profundidad.

"Salinas de Jaraguas"

Una cosa que llamó mucho mi atención de niño fueron algunas esparragueras de la ribaceras y cardos seteros que habían depositado dentro de algunas pozas y que, al pegarse la sal sobre sus brotes y finas hojas, se formaban unos adornos preciosos, para colgar en los techos de las viejas casas de la aldea, a forma de lámparas.

Yo no soy historiador ni geógrafo; soy un simple observador de los actos y acontecimientos de la vida cotidiana, pero, para quien no conozca Jaraguas, puedo decir que se encuentra hacia el norte del término municipal de Venta del Moro, junto a una carretera que va desde la Venta hasta la carretera N-III de Madrid a Valencia; y está junto a la carretera, no porque naciera junto a ella, si no porque la carretera quiso pasar junto a Jaraguas, para que estuviera bien comunicada con el resto de España.

Quien si que estaba antes que Jaraguas es la rambla Albosa, que se inicia en la cañada junto a la casa de Gil Marzo, recogiendo sus primeras aguas continuas en la Fuente del Amparo, que durante tantos siglos ha calmado la sed de esta vieja aldea, cazadora, pastoril, agricultora y salinera. Recostada sobre un pedregoso cerro que la resguarda de los fríos aires cierzos, la vieja Jaraguas existe desde tiempo inmemorial, aunque yo no sepa con qué nombre o nombres ha sido llamada con anterioridad. Encajonada entre el cauce de la rambla por el poniente y la hondonada de La Salobreja y su barranco por el saliente, sus casas están amontonadas en unas angostas y tortuosas calles mal trazadas, que la convierten en una aldea íntima y cordial, cuyas gentes sencillas y habladoras son un encanto para cualquier tertulia que pueda surgir, ya sea entre propios o con visitantes.

Las salinas de Jaraguas, donde además del pozo grande hay otro pequeño manantial salado en la parte norte de la hondonada, y uno de agua dulce en la parte este, están asentadas sobre unos terrenos de realengo de poco más de media hectárea y se explotan desde tiempo inmemorial, sin que nadie haya pagado impuestos ni contribuciones; y fue a mediados del siglo XX cuando se rumoreó por la aldea que habían sido denunciadas a los organismos competentes en temas mineros, por un señor ajeno a estas tierras, para explotarlas como una mina; se decía que el tal señor pensaba realizar los trabajos con maquinaria a gran escala. Esto preocupó durante un tiempo a los vecinos que todavía aprovechaban el agua salada, para endulzar la existencia de aquellos años de escasez, sacando parte de su sustento del trabajo en la Salobreja; pero poco después las salinas se fueron abandonando y abandonadas están, sin que nadie haya visto por allí a ningún señor ni ninguna máquina.

El pozo de agua dulce se utilizaba para lavar parte de la sal, que al extraerla de las balsas salía sucia por estar en contacto con la tierra.

Ahora se rumorea, que las salinas de Jaraguas se van a resucitar, adecuándolas como reclamo turístico de estas tierras del interior, tan faltas de alicientes para sostener en ellas a la diezmada población que las ocupó en tiempos no muy lejanos, cuando en las salinas se producían algo más de 50 Tds. de sal anualmente, por término medio. Esta idea, tiene ilusionados a los vecinos residentes en la aldea, y a los que se marcharon en busca de algo mejor, y la nostalgia les trae a pasar aquí las vacaciones de verano y muchos fines de semana durante todo el año. Esperemos que la idea fructifique y que el proyecto sea realizado, para que el camino que conduce a la Salobreja de Jaraguas vuelva a estar tan trillado como estaba en el año 1950 (2).

 

(1) "Vegano": de la Vega del Magro. El autor es de Barrio Arroyo, aldea de Requena.

(2) Las obras de restauración de las salinas están actualmente finalizadas

Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro

Lebrillo 25