LA CASITA VENTO

Autora: ARANCHA HERNÁNDEZ MURCIA 

Reproducimos a continuación el cuento de la venturreña Arancha Hernández galardonado con el 2º premio del 3er.nivel (1er. Ciclo de la ESO) del Concurso literario “CAL Y SARMIENTO” edición 2006.

La casita Vento era una casa a la que, en verano, todos los niños iban a merendar, pero un día, un niño llamado Roberto desapareció. Todo el pueblo lo buscó durante meses sin encontrarlo. Sus pobres padres que solo le tenían a él, se quedaron muy tristes porque a su edad – andaban por los 50- , no pensaban tener más hijos. 

Roberto era rubio, sus ojos eran de color miel y tan solo tenía 12 años. Era un niño muy estudioso, tenía muchos amigos pero casi siempre, los niños que no querían estudiar le criticaban, acababa de entrar al instituto y como quería llevar un nivel bueno, no salía casi de su casa, solo los fines de semana para irse con sus primos y sus amigos a la casita Vento. 

Esteban era de sus primos más mayores, también iba a la casita pero iba con sus amigos y no le hacía caso. Como se aburría tanto con Esteban decidió encontrarse con unos amigos que también estaban por allí jugando a “pillar”. Estando jugando, a Pilar, Brenda, Zaida, Lidia y Merce se les ocurrió decirle que se escondiera en lo más profundo del bosque del que estaba rodeada la casita, y Roberto les hizo caso. Ese fue el último momento en que lo vieron. 

La casita Vento era una casa abandonada, tenía un tobogán de piedra por el que te tenías que tirar con un cartón para no hacerte daño. Desde que ocurrió la desaparición de Roberto, ya nadie había vuelto a pisar esa casa por que decían que estaba encantada y que había un fantasma que se aparecía por allí, rondando la casita Vento. 

Transcurridos 10 años vino una niña al pueblo, venía de Alicante y cuando le contaron que había una casa encantada decidió ir a verla, pero todo el mundo se lo impedía porque le decían que estaba encantada y que le iba a pasar como a Roberto, que iba a desaparecer. 

Esta niña era muy caprichosa, acostumbrada a que sus padres le dieran todo, pero esta vez le prohibieron ir a visitar la casa, ya que en el pueblo les habían contado la historia de la extraña desaparición de Roberto. 

Ella se llamaba Lucía, era muy guapa y morena, tenía una peca en el moflete, lo que le diferenciaba de su prima hermana Aroa, sus ojos eran de color azul cielo, lo que le resaltaba mucho al ser tan morena y al tener un montón de rizos. 

Al día siguiente, fue al instituto sin los deberes hechos, se había enfadado mucho con sus padres, se puso en huelga de hambre y no quiso hacer los deberes. Sus nuevos amigos le dijeron que mucho tiempo no podía estar sin hacer los deberes porque le tocaría repetir curso, pero lo que era una gran tontería e insensatez era estar sin comer, ya que le podría ocasionar una grave enfermedad, o incluso, la muerte. 

Sus padres no comprendían el motivo por el que se le había metido esa idea a la cabeza. Ir a una casa donde antiguamente había desaparecido un niño y todo el mundo decía estaba encantada. 

Por miedo al fantasma, que la leyenda decía que se comía a los niños, esta casa aún tenía los muebles del conde que allí vivía y toda su familia. 

Lucía, se levantó un día con el píe izquierdo; jamás había dicho ninguna palabra malsonante, pero aquel día se las decía a sus personas mas queridas, a su familia y a sus mejores amigas, y todo esto ocurrió porque no le permitían ir a la casita Vento. Sus padres se lo explicaban por activa y por pasiva y Lucía no entraba en razón. 

Esto sucedía día sí día no, por lo que sus padres empezaron a pensar en mandarla a un internado, del que no pudiera salir hasta que cumpliera los 18 años, aunque les doliera mucho perder a su única hija, por lo que no paraban de planteárselo, sin decidirse. 

Pero un día, Lucía se comportó de una manera extraña, como si hubiera visto algo que le había impactado mucho. Sus padres pensaban que a lo mejor había cambiado, y que por fin había entrado en razón. 

Lo que de ninguna manera podían imaginarse, es que Lucía se había escapado de su casa para ir a la casita Vento. Le había costado mucho encontrarla, porque las indicaciones que le habían dado sus compañeros no las entendió muy bien y tardó en llegar más o menos 2 horas, pero al final, allí estaba, frente a la majestuosa y encantada mansión del Conde Periquín. 

Al poco de estar frente a la casa oyó lo que parecía un llanto, al principio sonaba muy lejano pero, poco a poco, parecía estar más cerca. Lucía, asustada, se escondió detrás de un gran pino. De repente observó que, escondido tras unos arbustos, se encontraba lo que parecía otra persona. De pronto lo reconoció, era un mendigo al que había visto algunas veces por el pueblo, aunque nadie había podido verle la cara jamás, porque la ocultaba con un gran gorro tipo capucha. 

Lucía se acercó a él y le dijo: “¿por qué lloras?, ¿qué te pasa?”. Y el mendigo le dijo: “es que nadie me reconoce en el pueblo, nadie sabe quién soy, desde que murieron de tristeza mis padres, ya nadie me ha vuelto a buscar”. 

Lucía, por las palabras tan emocionadas del mendigo no tuvo dudas, y le preguntó al mendigo si podía quitarse el gorro que ocultaba su rostro. Éste le contestó que nunca antes otro ser humano lo había visto desde niño. Cuando se quitó el gorro su rostro estaba envejecido pero había algo que no había cambiado con el paso de los años, eran sus cabellos rubios y sus ojos color miel. Lucía no podía creérselo, y le preguntó con voz temblorosa: “¿eres tú el niño que se perdió en el bosque jugando a pillar?”. Y el mendigo le respondió: “¿Cómo sabes quien soy?”. Siempre que venía alguien por aquí, al verme con estos harapos y el gorro cubriendo mi rostro corrían asustados y no volvían a aparecer, por eso tenía miedo de decir en el pueblo quién era yo realmente. La niña se llenó de alegría, pero Roberto le dijo que no le contara a nadie lo que acababa de ver, por eso cuando volvió al pueblo aquel día estaba realmente cambiada. 

A partir de aquel día, cada noche iba a hablar con él, y a rogarle que se fuera con ella al pueblo, y vería como le aceptaría todo el mundo, ya que si ella se había alegrado de encontrarlo sin conocerlo, y solamente por lo que le habían contado sus compañeros, podía imaginar a la gente del pueblo que puso tanto empeño y esfuerzo en su día, para encontrar al niño perdido de la casita Vento. 

Después de muchos intentos, al final Roberto aceptó y bajó al pueblo con Lucía. Cuando llegaron a la casa de Lucía, sus padres no daban crédito, al principio se enfadaron con ella por haberse ido algunas noches sin su permiso pero, cuando se lo explicó todo, la perdonaron por haber encontrado al niño per-dido, que ahora se había convertido en un simple hombre muy asustado, por lo que decidieron que se quedara a vivir con ellos. 

Y, por supuesto, todo el pueblo se alegró de la noticia y acogieron a Roberto como uno más, y por fin terminó la leyenda del fantasma de la casita Vento. 

FIN.

VENTA DEL MORO, ABRIL DE 2006

 

Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro

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