LA CAMIONETA Y EL TÍO MILLÁN
Autora: Mª Victoria García Sánchez
La autora recuerda con nostalgia cuando la línea de transporte público era un acontecimiento diario para Jaraguas, convirtiéndose muchas veces en una fuente de noticias y sorpresas.
En homenaje a Millán García Ruiz de Venta del Moro, recientemente fallecido.
La gente de Jaraguas conoce
muy bien qué es la "camioneta". Por los años
cuarenta y tantos, el único medio de locomoción
eran las caballerías, alguna que otra bicicleta y poco
más. Pero estaba la "camioneta". Era como el
Internet de ahora. A través de ella se iba, se venía,
se sabía lo que ocurría allende nuestros límites
bien por medio del correo o de boca a boca que es el medio más
rápido de conocer las noticias. La camioneta tenía
un personaje de lo más entrañable: ¡Millán!.
Era el alma del coche. Lo limpiaba, cobraba los billetes, subía
y bajaba el equipaje, llevaba y recogía la correspondencia
a Correos, etc. Pero lo que hacía con la mayor diligencia
y amabilidad eran los "encargos". Ya podías pedirle
que te trajera un kilo de judías para sembrar, un hilo
para bordar o que llevase unos zapatos a arreglar al zapatero.
La gente le daba el dinero para los encargos y rara vez se equivocaba,
a pesar que sus conocimientos culturales eran más bien
escasos. Desde estas líneas le dedico un afectuoso recordatorio.
Una de las costumbres de entonces, y que tuvo bastante arraigo,
era ir después de comer a esperar la camioneta. Unos porque
había ido algún familiar a Utiel y tenían
que ayudarle a subir los paquetes, otros a recoger los encargos
o a preguntar al cartero si tenían carta. La verdad es
que no hacía falta buscar excusas, se iba porque sí,
a ver qué pasaba. A veces, además de los viajeros
habituales, solían venir un grupo pequeño de personas
cargadas de bártulos; eran comediantes que nos deleitaban
con sus actuaciones. También venían, tal vez un
par de veces al año, unos personajes muy peculiares vestidos
con traje y corbata, bastante usados por cierto, y con una enorme
cartera, que iban voceando por las calles: ¡el relojero!(
este señor, como es de suponer vendía y arreglaba
relojes). La cantinela del otro era: ¡llevo gafas! ¡
para la vista operada! ¡ para la vista cansada!. Las personas
que las necesitaban se probaban gafas y más gafas, hasta
que encontraban unas con las que veían, al menos, medio
bien.
Uno de esos días que estábamos de espera, vimos
bajar de la camioneta una pareja inverosímil para aquellos
tiempos. Él era alto, atractivo, con traje, corbata, cartera
y sombrero de fieltro. Ella, hoy en día, se diría
que era un poco gordita, pero entonces se diría que estaba
lustrosa, guapa, bien arreglada; llevaba bolso, zapatos de tacón
alto y un abrigo de color verde paño con el cuello y los
puños de piel negra. Nos quedamos todos boquiabiertos.
Preguntaron por el alcalde (de Jaraguas), que por entonces era
el tío Pepe, el de la tía Gabriela. Pues nada, nosotros
no nos quedábamos sin saber quienes eran y allí
nos quedamos esperando, en la puerta del alcalde. De pronto, alguien
se enteró y dijo: ¡es la maestra!. Desaparecimos
como por encanto. Era Dª Carmen Sanz Sanz y fue nuestra maestra
durante 6 años en los que demostró una gran valía.
Algún tiempo después, con los chicos, pasó
algo parecido. Se apeó un señor vestido con traje,
corbata y cartera; un tipo similar a los que vendían relojes
o gafas e inmediatamente fue catalogado por las hordas infantiles
como relojero y todos iban detrás del susodicho gritando
¡el relojero!. Resultó ser el nuevo maestro y en
la primera entrevista que tuvo con los chicos les reprochó
su comportamiento y les instó a que fueran amables y condescendientes
con las personas, sobretodo con las desconocidas. D. José
Plaza, que así se llamaba este señor, estuvo muchos
años con nosotros. También fue un buen maestro y
se le recuerda con afecto. Además de sus obligaciones escolares,
daba clases de repaso y de música. Llegó a formar
una orquesta y una banda de música, pero eso es otra historia
Lebrillo 15