ARQUITECTURA PASTORIL EN VENTA DEL MORO

© Carlos J. Gómez Sánchez.

Cubierto de un corral de ganado cerca de la Casilla del Cura (Venta del Moro). Sección de la construcción protegida de las inclemencias climáticas con una entrada amplia.

En las últimas décadas se han reconocido aquellos aspectos arquitectónicos y su valor artístico y antropológico vinculados con algunas actividades económicas de cierta importancia. En el caso concreto de la Meseta de Utiel-Requena ese aprecio se ha llevado a cabo con aquellas edificaciones concernidas con el mundo del vino, especialmente las bodegas, como elementos arquitectónicos con un considerable valor patrimonial relacionados con uno de los sectores de nuestra economía más importante: la viticultura. Sin embargo, y claramente en un segundo lugar por detrás de la agricultura, encontramos el sector ganadero, y en especial el ovino, como otro mundo de enorme importancia social y económica en la comarca, lo que sin duda generó una arquitectura destinada a esta profesión. Una arquitectura pastoril, con mucho menor reconocimiento, pero que también debe disfrutar de su valor patrimonial y etnográfico.

La ganadería ovina y caprina desde la Edad Media contaba con una gran importancia en el antiguo reino de Castilla. Las extensas áreas vírgenes que se distribuían por toda la península y las adversidades meteorológicas forzaron a realizar una serie de rutas de trashumancia de amplio recorrido que vertebraban el territorio ibérico, permitiendo un pastoreo más eficiente que aprovechaba la vegetación y las temperaturas más elevadas en las zonas con menor altitud en invierno, y que el ganado pastara en verano en las tierras más altas con temperaturas más bajas y mejores pastos.

El término de Venta del Moro era atravesado por dos de estas rutas de los pastores de considerable importancia. La primera era la Vereda Real de la Serranía Conquense que comunicaba con la Muela de Cortes y proseguía hasta los ricos pastos de la Albufera de Valencia. Desde Aliaguilla cruzaba los municipios de Camporrobles y Fuenterrobles por la Sierra de Bicuerca. Ya en Venta del Moro, la atraviesa norte-sur el municipio por Jaraguas, transcurriendo por la Casa Segura, cerca de la Casa Garrido y Los Pleitos. Entrando en el término de Requena por la Muela Herrera, encaminándose a la Muela de Cortes de Pallás y a la costa valenciana.

La segunda vía pecuaria es la Vereda Real de la Mancha que comunicaba con las llanuras levantinas de Valencia. Superaba el río Cabriel por el Puente de Vadocañas, atravesaba la Sierra del Rubial por el barranco de Los Ladrones, se cruzaba con la Vereda de San Antón cerca de Jaraguas y seguía su camino por Caudete, Utiel, San Juan y el puerto de las Cabrillas hasta Valencia.

Venta del Moro, como toda la comarca, una vez más demuestra su carácter de frontera y cruce de caminos, lo que favorecerá un rico intercambio cultural con los pastores trashumantes y la población local. Fue tal el trasiego que, sin duda, se requería una serie de construcciones que permitían albergar a los rebaños, ya no solo el de los ganaderos locales, sino también de los pastores foráneos que seguían las cañadas. Lo que explica el enorme número de corrales destinado para refugiar a las borregas por la noche o cuando el tiempo forzaba a resguardarse, distribuyéndose a lo largo de todo el municipio y especialmente en torno a las vías pecuarias como se puede apreciar en el mapa del municipio.

Existe una especial concentración de este tipo de corral de trashumancia en el punto donde se cruzaban ambas veredas. Este lugar al norte de Jaraguas se trataba de un cruce de caminos entre dos importantes rutas de pastoreo. Además, muy cerca del mismo, al norte de Venta del Moro y al oeste de Jaraguas, se ubicaba la antigua dehesa de Sevilluela, lugar con ricos pastos donde construyeron por razones obvias el número más grande de corrales de ganado de toda la meseta.

El corral de ganado es el principal elemento vinculado a la arquitectura pastoril distribuido a lo largo de todas aquellas zonas por donde pasaban los pastores trashumantes. En otros puntos de España, se les llamaban parideras, majadas, apriscos o rediles. En nuestra comarca, su denominación era la de corral o corral de ganao (ganado).

Además, existían las corralizas, un modelo de corral más simple. Se trataba de un corral sin cubierta, nada más que un muro de piedra seca, tapia o empalizada de troncos que cercaba un recinto donde agrupar al ganado. Al carecer de una cubierta estaba expuesto a la climatología, excepto en los casos en que la corraliza se encontraba aprovechando una cueva, llamados en tales casos abrigos en nuestras tierras. En estos abrigos se colocaba una cerca en la entrada de la oquedad, consiguiendo un corral natural con muy poco esfuerzo y a salvo de las inclemencias del tiempo.

Los corrales de pastoreo contaban con dos variantes según su ubicación, aunque a efectos prácticos eran ambos muy similares: los corrales urbanos y los corrales o corralizas de campo. Ambos tipos consistían en una construcción cuadrada o rectangular delimitada por un muro de tapial. La tapia originariamente era un muro de adobe. Sin embargo, era más habitual encontrarnos muros de piedras irregulares con mortero. Esto se debe a que gran parte de las infraestructuras de la arquitectura pastoril datan del siglo XIX, fruto de la colonización de la mitad sur de la Meseta Utielana, cuando la mayor presión humana sobre el territorio incitará el desarrollo de edificaciones para las distintas actividades económicas que se desarrollaban (corrales, bodegas, tejares, caleras,…).

En el siglo XIX hubo un profundo cambio en los materiales utilizados para la construcción. Con anterioridad a este siglo, las obras usaban el material más barato disponible, el barro, que a través de un proceso se aplicaba en los muros de adobe. La colonización agraria de tierras hasta entonces no cultivables, resultado del boom de las plantaciones a medias de viñas, generará un nuevo material de construcción más fácil de obtener y utilizar que el ladrillo de adobe: las piedras irregulares. Al rozar la tierra, o “hacer rochos”, como se denominaba en esta zona, para convertir un terreno virgen en cultivable, proporcionaba una cantidad importante de pequeñas y medianas piedras irregulares que tenían que retirarse. Este material era reciclado para la construcción y supuso un cambio drástico respecto a la construcción de adobe, que quedará relegada a un segundo plano.

Puerta de acceso al corral de ganado por el “raso”. Corral de El Hornillo en la Derrubiada venturreña.

Las tapias de los corrales no eran muy altas, entre un metro y medio y dos metros de media. Lo suficiente para que el ganado no pudiera saltar y dispersarse, lo que suponía poder acabar antes la obra y con menos material de construcción. Pero esto también podía ser un inconveniente porque permitía que animales salvajes saltasen y ocasionaran estragos dentro del corral, especialmente las zorras. Para solucionar este problema se colocaban garbas de ramas sobre el muro, evitando que los animales pudieran agarrase en lo alto de la tapia e introducirse. Las garbas se ataban con una jareta de esparto no picado y eran habitualmente de ramas de pino o de sabina en menor medida. Los propietarios de los corrales recogían las gavillas de ramas de pino o sabina aún verdes y las colocaban sobre los muros, sujetándolas con piedras para que el viento no las moviera de su sitio. Con el paso del tiempo, se secaban y quedaban aplastadas. Era entonces cuando resistían durante años, al estar bien sujetadas sobre la tapia por su propio peso adaptado a la forma del muro, sin que se pudiesen mover a causa del viento, la lluvia o los estragos del sol. Solamente la “piedra” (los pedriscos) podía perjudicar a las garbas, momento en el que los interesados debían colocar nuevas ramas para restituir los daños ocasionados.

Muros de tapia irregular con sus garbas de pino sobre el muro

El interior del corral se estructuraba en dos partes bien diferenciadas: el cubierto y el raso.

El cubierto, se trataba de un porche donde el ganado y el pastor podían refugiarse por la noche y especialmente resguardarse del mal tiempo, es decir, de la lluvia, el frío y la “piedra”. El porche era en general un rectángulo con cubierta apoyado sobre uno de los muros del exterior. El muro donde descansaba era más alto que el resto de las tapias porque actuaba como lomera1, y desde él salía el tejado a una vertiente que descansaba en otro muro paralelo ya dentro del corral y más bajo que el primero para que condujese el agua de lluvia al interior.

El tejado del cubierto consistía en un conjunto de vigas de madera generalmente de pino en disposición diagonal, transversales a los dos muros ya mencionados. En el caso de que la cubierta fuese muy ancha, se colocaba una viga transversal sostenida por los muros laterales, el gato, para evitar que se “dejara caer” y que se hundiese el tejado en el centro. Sobre las vigas se colocaba el cañizo, realizado con cañas secas y que permitía distribuir equitativamente el peso de la techumbre sobre toda la estructura de vigas. Antes, sobre el cañizo se colocaba una capa de barro como aglomerante y, finalmente, se colocaban las tejas árabes en su debida disposición.

La entrada al cubierto era muy amplia y estaba siempre abierta. En el muro interior se realizaba una gran abertura que servía como acceso rápido y amplio al interior, facilitando la comunicación entre el cubierto y el raso. Siendo sostenido el tejado en este tramo del muro a través de una gran viga soportada por el mismo muro. La altura del acceso podía depender según el corral. En algunos casos podían ser considerablemente bajos, aunque lo suficientemente altos para el fácil tránsito del ganado. En otros, por lo contrario, la altura podía ser muy alta, seguramente porque los porches podían ser usados también como lugar de estacionamiento de maquinaria agrícola y, sobretodo, carros.

El interior del porche generalmente no disponía de ningún mobiliario fijo. Sí podíamos encontrar dentro de los porches, principalmente en los casos de corrales urbanos, las canales, estructuras donde los pastores colocaban el forraje (algarroba, paja, avena, alfalfe,…). En ocasiones, existían pesebres para las caballerías que podían acompañar al pastor en la trashumancia. Los pastores trasladaban con ellos un carro con su mula o macho donde acomodar sus víveres, alimentos y algunas mantas. Si no podía disponer de un carro, siempre se ayudaba de una mula o burro con sus serones donde colocar su botijo o cántaro con agua y alimentos.

Pastores en un corral, se aprecia el cubierto y el barracón

También se podía encontrar en su interior, sobretodo en los corrales de campo, cocinillas con su chimenea adosada a algún cornero (esquina). Los pastores trashumantes durante su travesía debían cobijarse junto al ganado, teniendo que dormir y alimentarse en el cubierto. La cocinilla les permitía hacer una lumbre con la que poder calentarse y cocinar para tener un plato caliente. La gastronomía pastoril no era muy variada y se centraba en productos imperecederos: las migas de pastor, la gachamiga, las migas ruleras, así como queso que ellos mismos elaboraban con la leche de sus cabras, por no olvidar el preciado vino. En algunas ocasiones contaban incluso con un horno para que los pastores se hicieran su propio pan. En determinados porches, aunque no muy habitual, existía junto a la cocinilla un poyo, una construcción de piedra enlucida con el aglomerante utilizado, arrimada al muro donde podía el pastor tumbarse sobre “una saca de paja”, si se disponía de una, y dormir.

En algunas ocasiones, sobre el cubierto podía haber un segundo piso destinado como pajar al cual se accedía por medio de una escalera de madera o de obra. Este elemento tiene un gran sentido, pues era esencial el “echar cama” (arrojar paja) en el suelo para que este estuviera seco y las ovejas pudieran “echarse” en el suelo para descansar. Por si era poco, la paja se compactaba con los excretos del ganado, haciéndose más cantidad de basura. Además, la paja era un alimento para la mula o burro que generalmente podía acompañar al pastor.

El raso era la parte al descubierto del corral. Era la zona más amplia de toda la construcción y en él se encontraban de normal las ovejas, siempre que la lluvia o el calor no desanimara a los animales a salir del cubierto. La puerta de acceso al corral se encontraba en el raso. Dentro de esta parte no se hallaba ningún tipo de construcción o mobiliario, exceptuando los barracones, que eran bastante habituales, aunque no imprescindibles.

El barracón se trata de una prolongación de la cubierta cuando esta no era capaz de albergar a todo el ganado. Dispuesto en alguna esquina o cornero del muro, da sombra y al encontrarse más aireado que el cubierto era muy frecuentado por las ovejas. El material usado en su fabricación eran ramas de pino y a veces de sabina, si se disponían de ellas. Las ramas verdes se acomodaban en la cubierta de manera vertical y una vez se secaban alcanzaban gran resistencia, llegando a durar mucho tiempo sin necesidad de apaño alguno. Todo ello colocado sobre una telaraña de troncos de madera soportados por la tapia del corral. En el caso de que el barracón fuese muy grande, se apuntalaban los troncos horizontales con troncos delgados verticales desde el suelo.

Mojón de vía pecuaria en el Corral de Pumares o Monteagudo, en Gil Marzo, cruce exacto de las dos cañadas de la Serranía y La Mancha

Un elemento que en ocasiones existía cerca del corral era el charco. Los charcos eran grandes huecos artificiales donde se recogía el agua de lluvia y servía de abrevadero. Podía haber o no un charco cerca de un corral, pero cuando había era especialmente agradecido por el pastor, porque le facilitaba enormemente su labor de pastoreo. En algunas poblaciones cercanas a las veredas y lejanas a manantiales, fuentes u otros cursos de agua, era más frecuente encontrar estos tipos de charco, que recogían el agua canalizada desde los tejados de las distintas edificaciones, debido al mayor tráfico de ganaderos y porque generalmente existían varios corrales y llegaban a concentrarse un gran número de reses. En algunos casos podían alcanzar un diámetro superior a los diez metros y una profundidad considerable. En algunos charcos, al realizar el agujero habían reforzado los lados con piedras como una especie de horma2 circular e incluso estaba forrado con piedras el fondo, lo que ralentizaba la filtración del agua y era de mejor calidad al no estar embarrizado. En otras ocasiones, si no existía un abrevadero o charco para saciar la sed d los animales, podía encontrase un pilón. Una roca picada por el hombre para convertirlo en un bebedero.

Los corrales, tanto de campo como los urbanos, eran propiedad privada perteneciente al dueño del terreno de las tierras donde se encontraba. No obstante, no existía generalmente inconveniente de que los corrales fueran utilizados por terceros, siempre que el edificio no fuera usado de habitual porque albergaba una cabaña ganadera del propietario. Generalmente, los corrales se encontraban abiertos siempre y cualquiera podía entrar. La gente que trabajaba por la zona podía refugiarse en ellos si era necesario de igual manera que si fuera una casilla o barraca. Los ganaderos pedían permiso a los dueños para poder usar los corrales, estos eran permisivos porque a cambio, se quedaban con la basura, es decir, con los excrementos de los animales que podía ser usado como abono natural. Esta es la gran razón por la que los dueños eran tan tolerantes, ya que sacaban un beneficio para sus tierras de una construcción que normalmente no usaban ellos.

Era habitual que los corrales se usaran por los pastores trashumantes, al fin y al cabo, era su cometido y no existían restricciones para su uso. Pero no siempre había alguno cerca de la zona donde pastaba. En tal caso, y siempre que el tiempo lo permitiese, el pastor y su rebaño pasaba la noche al “raso” bajo un pino o carrasca de cierta envergadura. Otra posibilidad era refugiarse en las corralizas, anteriormente descritas.

Para finalizar, quería volver a resaltar un vez más el valor patrimonial de este elemento etnográfico. La arquitectura pastoril es el reflejo de una sociedad que dependía para su supervivencia de la ganadería. Más allá del carácter nostálgico que atesoran estos corrales, es muy destacable su valor antropológico, cultural e histórico. No por ser construcciones humildes merecen menos fama. Su pérdida debido al constante y duro proceso de deterioro que han sufrido durante sus últimas décadas, aún hace más necesario su reconocimiento, puesta en valor y promoción. Venta del Moro dispone de un rico patrimonio, la arquitectura pastoril forma parte de él, por favor, no lo olvidemos.


1. Lomera: Muro más alto de tapial en una construcción y terminada en forma de lomo, partiendo desde el punto más elevado de una vertiente de un tejado.

2. Horma: Muro de contención formado por piedras sin ningún tipo de argamasa que permite la división de los terrenos en bancales.

 

Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro

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